22 may. 2025
Sara Molina
«¿Cómo se entrena un algoritmo para entender la justicia?» Me hicieron esta pregunta hace unos meses durante una sesión con equipos legales de distintas industrias. El silencio fue inmediato, porque más allá de la fascinación que nos produce la inteligencia artificial (IA), esta pregunta nos confronta con lo esencial: ¿qué papel tenemos, como juristas —y especialmente como mujeres juristas—, en diseñar el futuro de nuestra profesión?
La realidad es que muchas de las herramientas que usamos hoy, especialmente en el ámbito de la IA generativa, ya vienen entrenadas con millones de datos, textos y contextos… pero no necesariamente con una comprensión adecuada del Derecho ni de los valores que lo sustentan. Por eso, el reto no es solo desarrollar tecnología, sino entender sus límites y gobernar su uso con criterio jurídico y propósito ético.
En este tipo de IA, que genera contenido nuevo (respuestas, argumentos, contratos, recomendaciones…), la calidad de los datos de entrenamiento y la precisión del contexto son claves. Sin embargo, como juristas, no podemos dar por sentado que una respuesta bien redactada es jurídicamente válida. De hecho, sin un marco de supervisión robusto —como un buen sistema de RAG (Retrieval-Augmented Generation) o una base de datos jurídica curada—, el riesgo de generar información errónea o descontextualizada es alto y creciente.
Después de casi dos décadas liderando proyectos de innovación jurídica, sé que la tecnología es una aliada, pero que el verdadero valor está en cómo la conectamos con nuestro juicio profesional. Y aquí, el papel de las mujeres juristas —y de todos los profesionales con visión crítica— es fundamental.
Porque la IA no es neutra. Reproduce lo que le damos: datos, estructuras, sesgos. Por eso, no basta con utilizar soluciones generativas: debemos participar en su diseño, cuestionar sus resultados y exigir trazabilidad y explicabilidad.
He visto cómo juristas de distintos entornos ya están impulsando políticas de IA responsable, liderando auditorías éticas, rediseñando procesos de revisión documental y generando marcos contractuales adaptados a la era digital. En todos esos espacios, las mujeres han aportado no solo conocimiento jurídico, sino sensibilidad hacia los impactos sociales y humanos de cada decisión tecnológica.
Y no lo han hecho solas. Cada vez más hombres también entienden que la ética, la equidad y la justicia algorítmica no son banderas particulares, sino condiciones estructurales para un Derecho legítimo y sostenible. Esta transformación no es una causa de unas contra otros, sino un compromiso colectivo que necesita liderazgos diversos, conscientes y valientes.
Por eso es tan importante que tanto mujeres como hombres juristas estemos en los espacios donde se decide qué se entrena, cómo se entrena y con qué fines se aplica la IA, especialmente en el ámbito generativo, donde el Derecho corre el riesgo de ser simplificado, instrumentalizado o reducido a patrones de texto.
La pregunta no es solo cómo se entrena un modelo, sino qué hacemos cuando ya está entrenado, y empieza a influir —de forma automática y masiva— en decisiones jurídicas que afectan derechos fundamentales. ¿Con qué criterio se seleccionan las bases legales? ¿Qué jurisprudencia se prioriza? ¿Cómo se auditan los resultados? ¿Qué sesgos se filtran y cuáles se arrastran?
Estas preguntas son técnicas, sí, pero también son profundamente éticas. Y por tanto, profundamente jurídicas.
Hoy, el ejercicio del Derecho exige habilidades nuevas: interpretar modelos, validar contextos, colaborar con desarrolladores, evaluar impactos y asumir la responsabilidad de lo que se delega en una máquina. Y, sobre todo, no perder de vista que la justicia no puede reducirse a una probabilidad, ni la abogacía a una respuesta predictiva.
Las mujeres juristas tenemos una oportunidad —y una responsabilidad— de liderar esta transición con firmeza, conocimiento y sentido. No para frenar el avance, sino para que el avance no nos deshumanice. Para que la IA potencie nuestra capacidad de servir mejor a las personas, y no sustituya el corazón del Derecho: su vocación de protección, equilibrio y equidad.
En este camino, necesitamos todas las voces: las que preguntan, las que dudan, las que exigen, las que diseñan. Necesitamos formar equipos donde la diferencia sea una fortaleza y no una excepción, donde se reconozca que el futuro legal será tan justo como diversos sean quienes lo construyan.
La transformación no es inevitable, es una elección. Y en esa elección, la inteligencia artificial puede ser generativa, pero la inteligencia jurídica debe ser responsable, inclusiva y profundamente humana.
Lo esencial es no delegar esa responsabilidad, no aceptar que los algoritmos sean una caja negra, no permitir que la eficiencia sustituya al juicio. El Derecho no puede perder su alma en esta transformación. Por eso es tan importante construir espacios como el IV Encuentro Aranzadi LA LEY Mujeres por Derecho, donde participaré en la mesa “La importancia de las mujeres juristas en la era de la IA”. Un espacio que no solo es de mujeres para mujeres, es un punto de encuentro de talento, diversidad y compromiso, donde compartir experiencias, aprendizajes y retos.
Artículo original publicado en LegalToday
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