12 may. 2025
Laura Fauqueur
Ha tenido que llegar la Inteligencia Artificial para que valoremos la Inteligencia Humana… Esta frase la escribía mi admirado colega Albert Ferré en un post hace unos días.
El terremoto que está provocando la IA en la sociedad está obligando a pensar y repensar, a abrir o reabrir debates éticos, filosóficos, artísticos…
Descubrimos que mucho de lo que los humanos hacíamos, y que tomábamos como obligación –si aún no lo es ya– será superfluo en breve (si así lo queremos).
Y luego, llegó en España el gran apagón. Para que valoremos aún más esa inteligencia humana, el ingenio, la creatividad, la solidaridad, el orden de prioridades… y también para que nos demos cuenta de la dependencia tan abrumadora que hemos creado con… la tecnología.
Así pues, sirvan estos días para reflexionar sobre lo que verdaderamente importa en la vida, y en la tierra.
No dejemos que la tecnología nos haga menos inteligentes, de esa inteligencia humana que hablaba antes. La intelectual y la emocional. Esas inteligencias que son solo nuestras.
Usemos la inteligencia artificial para ser más humanos, no menos. Para potenciar nuestras capacidades únicas en lugar de delegarlas. La IA puede liberarnos de tareas rutinarias y mecánicas, permitiéndonos concentrar nuestros esfuerzos en aquello que realmente requiere nuestra esencia: la empatía, el juicio ético, la creatividad disruptiva y la sabiduría contextual.
El gran apagón en España me sorprendió a miles de kilómetros, en Estados Unidos, viviendo en primera persona esa sensación de impotencia que produce no poder contactar con los seres queridos. Horas de incertidumbre, de mensajes que no llegan, de llamadas sin respuesta. La paradoja de vivir en la era de la hiperconexión y, de repente, sentirse completamente desconectada.
Esta experiencia me hizo reflexionar profundamente sobre cómo la tecnología ha redefinido nuestros vínculos personales. Cuando fallan los sistemas que damos por sentados, emerge con claridad lo que verdaderamente importa: saber que los nuestros están bien, poder decirles que les queremos, compartir un mensaje de tranquilidad.
Desde mi perspectiva, esta lección es particularmente relevante. Mi trabajo consiste precisamente en tender puentes entre la tecnología y el mundo legal, pero siempre con la convicción de que la innovación más valiosa es aquella que potencia lo humano, no la que pretende sustituirlo. Y aquí es donde la creatividad —ese don exclusivamente humano— emerge como nuestra ventaja competitiva más poderosa.
La creatividad es la madre de toda innovación significativa. Mientras que la IA puede analizar patrones existentes y optimizar soluciones conocidas, es la mente humana la que da saltos conceptuales, la que conecta mundos aparentemente distantes, la que imagina futuros alternativos. En el sector jurídico, esta creatividad se manifiesta en la capacidad de reinterpretar marcos normativos, de diseñar estructuras legales innovadoras y de anticipar cambios sociales que requerirán nuevas respuestas legales.
La tecnología, cuando falla, nos recuerda nuestra fragilidad colectiva. Pero también nos invita a ejercitar nuestra creatividad más básica y resiliente: la de encontrar soluciones cuando los sistemas establecidos colapsan, la de improvisar respuestas cuando los protocolos fallan, la de reinventar procesos cuando las herramientas habituales no están disponibles.
La verdadera innovación en el sector jurídico no consistirá en reemplazar la inteligencia humana, sino en complementarla, liberando nuestro tiempo y capacidad mental para lo verdaderamente valioso: crear. Crear nuevas soluciones, crear mejores sistemas, crear relaciones de confianza. Porque la creatividad, esa chispa divina que nos permite imaginar lo que aún no existe y hacerlo realidad, seguirá siendo el recurso más valioso en un mundo cada vez más automatizado.
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