03 jun. 2025
Eugenia Navarro
Estamos viviendo una auténtica revolución en el sector legal, provocada no solo por la irrupción de la inteligencia artificial generativa, sino también por el cambio radical en la forma en que consumimos servicios jurídicos. La accesibilidad masiva a la información en línea, la automatización de tareas legales y la aparición de modelos que ofrecen asesoramiento a través de plataformas digitales están transformando profundamente la profesión.
Pero ¿hacia dónde va la abogacía?, ¿Qué más podemos esperar?
Desde la irrupción de ChatGPT en noviembre de 2022, el impacto ha sido evidente: herramientas capaces de generar borradores legales, responder preguntas jurídicas y asistir en tareas complejas, todo en cuestión de segundos. Sin embargo, esto es solo el principio.
El futuro se perfila con avances aún más disruptivos: agentes autónomos, es decir, sistemas que actúan de forma independiente, aprenden del entorno legal y ejecutan tareas complejas sin intervención humana, empezarán a desempeñar funciones como negociar contratos, evaluar riesgos regulatorios en tiempo real o gestionar procedimientos de forma automatizada. La realidad sobrepasa lo que podríamos esperar en la tecnología de ciencia ficción.
¿Pero qué es exactamente un agente? En el ámbito de la inteligencia artificial, un agente es un programa o sistema que puede percibir su entorno, razonar sobre él y actuar para alcanzar objetivos. A diferencia de los modelos tradicionales que responden a una consulta y se detienen, los agentes pueden tomar decisiones continuadas, dividir tareas complejas en subtareas, interactuar con múltiples fuentes de información, coordinarse con otros agentes o humanos, y aprender con cada iteración. En el entorno legal, un agente podría, por ejemplo, revisar miles de contratos, identificar cláusulas de riesgo, proponer enmiendas alineadas con la estrategia de la empresa y ejecutar los cambios de forma automatizada, con supervisión mínima del abogado.
Y más allá, emerge un campo con potencial transformador: la computación cuántica. A diferencia de los ordenadores tradicionales, que procesan información en bits (0 o 1), los ordenadores cuánticos usan qubits, que pueden estar en múltiples estados a la vez. Esto les permite resolver problemas de una complejidad exponencial en segundos, tareas que a una máquina convencional le llevarían años.
En el sector legal, la computación cuántica permitirá analizar simultáneamente millones de cláusulas contractuales en contextos multinormativos, optimizar decisiones complejas en cumplimiento normativo o litigios masivos, mejorar los algoritmos de predicción legal y procesar bases de datos jurídicas en tiempo real con niveles inéditos de velocidad y precisión. La capacidad de computación aumentará significativamente.
Y en este escenario, los datos serán el nuevo activo estratégico. ¿Por qué? Porque permiten anticipar riesgos legales antes de que se materialicen. Ayudarán a personalizar servicios jurídicos con precisión según el comportamiento y necesidades del cliente y además son la base para construir modelos predictivos de litigación o cumplimiento normativo.
Será posible medir la eficiencia, el impacto y el valor generado por los departamentos legales o por las firmas de abogados como nunca se había hecho y ayudará a que el uso inteligente de datos transforme el conocimiento jurídico en ventaja competitiva.
Todo ello redefine el perfil del abogado. La tecnología no va a sustituir al profesional jurídico, pero sí transformará profundamente sus competencias y responsabilidades. Ya no será suficiente con conocer la ley: será necesario comprender cómo funcionan las herramientas tecnológicas, cómo extraer valor de los datos y cómo liderar con visión estratégica y ética su aplicación. El abogado del futuro deberá ser capaz de interpretar el funcionamiento de modelos de inteligencia artificial, evaluar sus sesgos, identificar oportunidades de mejora en los procesos y conectar su asesoramiento con los objetivos del negocio.
Además, tendrá que desarrollar nuevas habilidades: pensamiento sistémico, capacidad para trabajar en equipos multidisciplinares, comprensión de la ciencia de datos, dominio de metodologías de innovación y transformación digital, y liderazgo en contextos de alta incertidumbre. Será un perfil cada vez más híbrido, capaz de moverse entre el derecho, la tecnología, la estrategia empresarial y las personas. Porque en un mundo donde las respuestas automáticas ya no son el valor diferencial, lo que marcará la diferencia será la capacidad de formular las preguntas correctas y la capacidad de interaccionar con las personas y sus emociones.
Estamos a las puertas de un nuevo paradigma en el que los abogados deberán convivir con tecnologías cada vez más poderosas. Su valor no estará en competir con ellas, sino en interpretar sus resultados, integrar sus capacidades y liderar su uso con visión ética, estratégica y humana.
Artículo original publicado en Abogacía Española
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