29 jul. 2025
Blanca Rodríguez
Hablar de felicidad es incómodo en un sector tan poco dado a mostrar las emociones como el legal. Nos suena muy naïf, porque somos más de decir cosas al estilo de la gran serie de los 80, Fama: “la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor”.
La felicidad es un compromise organizativo consciente y valiente. Una estrategia exigente que implica revisar cómo lideramos, cómo reconocemos, cómo escuchamos, cómo corregimos y mantenemos relaciones atractivas en entornos de alta presión y exigencia porque, el mejor equipo, es el que sigue adelante unido.
La felicidad no significa ausencia de presión o de objetivos ambiciosos. Significa tener una cultura que desarrolle personas comprometidas, con las que apetece trabajar, un lugar donde encuentras sentido a lo que haces y a con quien lo haces, donde se cuidan las relaciones y se respira respeto, ganas de ayudar a otros a que les vaya bien, porque cuanto mejor nos vaya a cada uno, mejor nos irá a todos como despacho. Un lugar donde crecer, donde aprender cada día y donde superar retos complejos porque, la felicidad no está reñida con la exigencia, ni con la excelencia.
La excelencia es el camino, la eficiencia y la rentabilidad son la condición pero la felicidad, es la brújula.
Los datos
Sin bienestar, no hay sostenibilidad posible. El State of Wellbeing in Law 2024 (Unmind) calcula que las firmas medianas pierden hasta un 10% del coste salarial anual por impactos derivados de una salud mental deteriorada: bajas, rotación, pérdida de foco o conflictos. Este fenómeno, conocido como presentismo supera en impacto al absentismo. El presentismo es estar físicamente presente en la oficina a pesar de no ser productivo, por falta de motivación o compromiso y desconexión del propósito. Un enfoque en resultados y no solo en horas trabajadas es fundamental para minimizar esta tendencia.
Según el I Estudio de sobre salud mental de la abogacía que desarrolló el ICAM en 2024 los letrados destacan como principales fuentes de malestar la incapacidad para poder descansar y desconectar, la presión para trabajar largas horas, seguido de la falta de herramientas para administrar eficazmente el tiempo, la incapacidad para conciliar, la ausencia de reconocimiento o valoración del trabajo, la presión para cumplir con los objetivos (horas facturables, captación de clientes, etcétera) y la falta de claridad sobre lo que se espera de ellos.
La International Bar Association ya alertó en su informe global sobre salud mental en el sector jurídico de que el bienestar de los abogados está en riesgo, y que muy pocas organizaciones han implantado políticas activas más allá de declaraciones de intenciones.
Felicidad y exigencia
Ser un despacho feliz no significa no tener presión. Ni dejar de ser ambiciosos. Ni obviar la necesidad de alcanzar presupuestos, de optimizar recursos o de mantener márgenes. Significa que las personas importan, que se sienten escuchadas. Que las conversaciones difíciles se mantienen. Que el liderazgo se basa en el ejemplo. Que se habla de propósito y objetivos. Que hay estructuras y cultura para que todo el talento tenga su lugar y pueda brillar, no solo el que se queda, también el que se tiene que ir, acompañándolo de la mejor forma durante el proceso de salida para que encuentre su sitio en otro lugar donde seguir avanzando en su carrera pero manteniendo el mejor recuerdo de la etapa que termina. La comunicación interna, la formación progresiva y alineada con los objetivos estratégicos, la sensibilización y el acompañamiento durante la carrera son fundamentales
Organizaciones donde vale la pena quedarse
Un despacho feliz es un lugar donde quedarse, del que sentirse parte. Es estrategia sólida, basada en datos, que genera compromiso, atracción de talento, resultados duraderos y especialmente, que genera un future siempre mejor que construir juntos. Porque nos apetece.
En un sector donde el conocimiento, la confianza y las personas somos “el producto”, no podemos aspirar a menos.
Artículo original publicado en El Confidencial
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