19 jun. 2023
Emilio Gude
ijo Mario Vargas Llosa la siguiente frase: "Yo creo que la civilización es una buena cosa; pienso que hay que estar muy, muy sumido en la civilización para poder rechazarla y mitificar el mundo primitivo, como lo hizo Paul Gauguin. Hay que estar realmente preparado para despreciar la civilización, y decir cosas como, por ejemplo: la corbata, ¡qué tontería, qué intolerable signo de opresión!".
Hay determinados momentos en la historia de la humanidad en los que hay que dar la batalla por la civilización. Tenemos el deber moral de defender los valores occidentales que conformaron los derechos del hombre y la evolución de una sociedad basada en la ley, la razón y la ciencia. Estamos ante una ocasión trascendental para el devenir del futuro del hombre. Es tiempo de alzarse sobre nuestro funesto destino y reivindicar un mundo elegante en el que la corbata sea un elemento esencial de la vida.
Un buen día decidimos hacernos modernos. Parecemos olvidar que, en cada época, en cada generación, siempre hubo quienes se catalogaron como modernos. Es un signo de los tiempos, de todos los tiempos, lo cual falsea la definición. En los que nos ha tocado vivir, se ha puesto de moda no llevar corbata. Se supone que las nuevas generaciones, los techies, los emprendedores y demás gente de poco fiar han prescindido de la corbata y han hecho cundir el ejemplo, provocando que otra gente de menos fiar hayan adoptado esta idea. Es horrorosamente habitual llegar a una reunión donde la falta de presencia de corbata es el máximo común divisor.
Créanme, esa señal de alarma no termina ahí, es el inicio de la barbarie, del comienzo del fin de la civilización tal y como la hemos conocido. Se empieza por abandonar la corbata, luego se prescinde del traje y posteriormente se dejará de limpiar los zapatos. A partir de ese momento ya todo dará igual. Lo siguiente será prescindir del mantel, beber a morro, dormir en una cama deshecha, comer con las manos y de ahí, a odiar al prójimo, retomar el ojo por ojo e instaurar el día de la purga, solo hay unos pequeños y sencillos pasos.
Reflexionemos qué queremos. Levantarnos por la mañana, una buena ducha, elegir el traje, camisa y zapatos con una sobriedad monumental para luego permitirnos en un acto de frivolidad absoluta ensalzar nuestra imagen con una corbata. Alegre y floral, porque el día lo permite. Sobria y distinguida ante la gravedad del asunto. Colorida para llamar la atención. De estampado paisley para una cena interesante. De oscuro profundo para decir adiós. Con lunares blancos sobre fondo azul en un día de feria. Una corbata para cada ocasión. Una ocasión para cada corbata.
Y no, no son más modernos por no llevar corbata. Ni tampoco entienden mejor a los jóvenes. Ni siquiera hacen mejores negocios, ni generan más confianza a sus clientes por muy Silicon Valley que sean. Es más, señores de empresas tecnológicas, desconfíen de sus abogados si estos no solo no llevan corbata, sino que no la han elegido expresamente para ustedes. No son de fiar. Podrían abandonarles como abandonaron la corbata. La lealtad solo tiene un camino: permanecer. Ustedes, que son sus clientes, vayan como les dé la soberana gana, pero no permitan que sus abogados no muestren el debido decoro que, sin duda, se merecen.
No querría olvidar, una vez que hemos puesto de manifiesto lo vital de esta cuestión para el futuro de la humanidad, lo fundamental de la elegancia en nuestras vidas. ¿Quién imagina a un James Bond luciendo ese maravilloso tres piezas gris en Goldfinger sin corbata? ¿O a Sherlock Holmes sin su corbata de Ascot o al gran Gatsby sin su corbata dorada? Como decía uno de los referentes de la elegancia, Oscar Wilde, en su novela Una mujer sin importancia: "Una corbata bien anudada es el primer paso serio en la vida".
No podemos olvidar que hemos cambiado nuestro anterior Estatuto de Abogados que preceptuaba que compareciéramos en juicio con traje negro, camisa blanca, zapatos negros y corbata negra por un nuevo requisito consistente en adecuar la indumentaria a la dignidad de nuestra función y, válgame el cielo, si eso no deja abierta la puerta a las mayores aberraciones contra el buen gusto y la elegancia. Desde aquí ruego a las autoridades que hagan lo imposible para rescatar esta otrora digna profesión de las garras de los descorbatados, que son algo así como un ejército de clones en la plaza de las Salesas.
En definitiva, valga esta defensa de la corbata, aunque sea el canto del cisne, la última reivindicación de un mundo y un tiempo que ya parecen haberse ido, pero que, como toda esperanza, aún tiene la oportunidad de regresar la senda de las buenas costumbres. Por último, debemos traer a Balzac, siempre hay que traer a Balzac, y recordar aquello de: "Lo que vale el hombre, vale la corbata. A través de ella, se revela y se manifiesta el hombre". Valgan ustedes mucho, vistan magníficas corbatas y perdonen las exageraciones y la ironía.
Tribuna original publicada en la sección Jurídico del diario El Confidencial
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