05 dic. 2025
Anna Marra
Hay álbumes que se escuchan. Y luego está LUX: un álbum que se descifra.
Rosalía no ha hecho un album; ha construido una catedral. Una torre de Babel personal, luminosa y peligrosa, donde conviven trece idiomas, una orquesta sinfónica, voces que lloran como vientos antiguos y una espiritualidad manufacturada con la precisión de una ingeniera emocional. LUX no pide atención: exige devoción. Es música que se mira desde abajo, como quien observa un edificio demasiado grande para el cuello.
Y, curioso, todo esto tiene más que ver con el Legal Project Management de lo que parece. Entrar en “LUX” es entrar en un proyecto imposible que con una planificación casi obsesiva ha salido de forma extraordinaria.
Rosalía se propuso grabar un álbum en trece idiomas, con arreglos de Caroline Shaw y la London Symphony Orchestra, mezclando la mística católica con fraseo hip-hop, tradición catalana, electrónica, Björk recitando sobre la salvación divina y cuerdas tocadas con cuchillos serrados como si fueran armas medievales.
En cualquier proyecto esto sería un “scope creep” monumental, o sea la expansión gradual e incontrolada de los objetivos originales de un proyecto, que ocurre cuando se añaden requisitos, actividades o funcionalidades sin una evaluación adecuada o una aprobación formal. Este fenómeno puede provocar retrasos, sobrecostes y el fracaso del proyecto.
Sin embargo, Rosalía ha sabido mantener el control sobre un alcance casi indomable a lo largo de los tres años de dedicación. Un proceso que incluyó un año dedicado exclusivamente a leer y escribir.
Escuchar LUX es como entrar en una sala donde todo suena a la vez, pero nada se pisa. Capas y capas de voces, cuerdas que suspiran, coros de Montserrat, bajos que reptan, un alemán que anuncia el miedo, un italiano que llora diamantes. Y sin embargo todo encaja. Una innovación que roza todos los límites.
La improvisación, el acumen, la imaginación que se unen a una planificación atenta, sostenida: una dirección clara, una estructura impecable y una confianza radical en quien conjuga la visión.
Rosalía no solo compone: dirige.
La fe como metodología de trabajo. Porque LUX no trata de amor romántico, sino de un amor más alto, más abstracto. Es un álbum sobre la fe: la fe en uno mismo, la fe en la idea, la fe en el proyecto. Una mezcla de convicción y vértigo.
LUX es excesivo. Excesivo en idiomas, excesivo en texturas, excesivo en ambición. Parece que Rosalía ya no haga canciones, sino conceptos. Es como si hubiera decidido convertirse, simultáneamente, en artista pop, directora de orquesta, sacerdotisa laica y publicista del misterio.
Lo increíble es que, con tanto exceso, se entiende todo. Y puede gustar o no, por supuesto. Pero tiene un alcance casi indomable, y ella lo ha domado. Con todo el TDH que tiene.
Rosalía recomendó escuchar LUX en un cuarto oscuro, con auriculares, sin distracciones. En plena era TikTok. Una declaración de guerra al ruido. No es casualidad: LUX es un proyecto que requiere lentitud, escucha profunda, espacio. Rosalía nos recuerda algo tan simple como olvidado: lo importante necesita tiempo.
¿Y qué tiene todo esto que ver con el LPM?
Mucho más de lo que parece. Rosalía
Eso, llevado a lo jurídico, se traduce en proyectos que funcionan, que inspiran, que dejan huella. Quizás LUX sea el recordatorio que necesitábamos: que gestionar un proyecto no es solo ordenar tareas, sino orquestar sentido.
Y que, si pusiéramos un poco más de Rosalía en nuestro trabajo, tal vez nuestros proyectos también sonarían así: brutales, precisos, valientes. Y quizá la mayor lección para quienes gestionamos proyectos legales sea esta: que la innovación no se administra solo con métodos, sino con valentía; que los alcances indomables requieren tanto vigilancia como imaginación; que los equipos multidisciplinares necesitan una dirección que no ordene, sino que inspire; y que, frente a la incertidumbre inevitable de los grandes proyectos, conviene practicar una forma humilde de fe: fe en el proceso, fe en el equipo y fe en que, si trabajamos con rigor y belleza, el resultado también hablará por sí solo. LUX nos enseña que gestionar no es domesticar la complejidad, sino acompañarla hasta que encuentre su forma.
Después de escuchar LUX, es difícil no hacerse esta pregunta. Rosalía ha construido un álbum que no solo habla de espiritualidad: la despliega, la encarna, la coreografía. No es un mensaje religioso; es un territorio simbólico donde la fe —en uno mismo, en lo sagrado, en lo desconocido— se vuelve materia sonora.
¿Necesitamos espiritualidad? Puede que sí. Y también magia.
En estos días Wicked —Parte 2 arrasa en las taquillas, igual que lo hizo la primera entrega meses antes. El público acude en masa, sin cinismo, sin ironías, buscando algo tan primario como eterno: la magia. Parece que, entre el ruido, la prisa y el pragmatismo, hay una necesidad humana que vuelve con fuerza: necesitamos creer en algo, aunque no sepamos exactamente en qué.
La espiritualidad de Rosalía y la magia de Wicked se encuentran, sin proponérselo, en el mismo territorio emocional.
Nuevamente nos encontramos con un alcance extraordinario, que solo una buena planificación puede permitir llevar a cabo. 30 años esperando: su camino hacia la gran pantalla se remonta a la publicación del libro de Wicked en 1995, hasta que Jon M. Chu levantara la mano y dijera que le encantaría dirigir los proyectos cinematográficos. Según Marc Platt, esa fue la mejor llamada que había recibido en su vida. “O mi carrera terminará y volveré a grabar videos de bodas, o lograremos algo extraordinario”, afirmó Chu, rememorando el vértigo de asumir un proyecto durante años considerado imposible de llevar a la pantalla grande. El estreno de Wicked: For Good, el 21 de noviembre de 2025, ha marcado el final de cinco años de trabajo que redefinieron su carrera y la historia del musical en el cine.
Nuevamente un alcance casi imposible, que de hecho se convirtió en dos películas en vez que en una, con nueve millones de tulipanes plantados para crear el campo del país de los munchkins para crear un mundo más real y tangible. La mayoría de las voces se grabaron en vivo en el set, en lugar de en un estudio de grabación, con actores que llevaban tres micrófonos a la vez. El mayor reto logístico fue el rodaje de ambas películas de forma simultánea y fuera de secuencia. Chu detalló la dificultad de coordinar el calendario para optimizar el trabajo de las protagonistas y aprovechar recursos excepcionales, como los millones de tulipanes plantados para una escena que solo se podían filmar en plenitud durante 48 horas. La preparación previa implicó nueve meses de planificación detallada, en los que el equipo diseñó cada escena y número musical de ambas películas, superando las veinte secuencias antes de iniciar el rodaje. Chu reconoció que esta etapa previa fue abrumadora por la escala y el presupuesto del proyecto.
La película explora el origen de la “Bruja Mala del Oeste”, Elphaba, mucho antes de que Dorothy aterrice en Oz. Y lo que descubrimos es completamente distinto al mito: Elphaba no es mala. Es brillante, marginada, diferente. Es una mujer con un talento inmenso que el sistema teme —así que la etiqueta como villana. La magia en Wicked no es un truco: es identidad, poder interior, rebeldía.
Su relación con Glinda, la bruja “buena”, comienza como rivalidad y termina como amor complejo, lleno de lealtad y dolor. Es la historia de cómo dos mujeres opuestas se encuentran, se transforman y se salvan mutuamente, aunque el mundo prefiera dividirlas en blanco y negro. O mejor dicho, en blanco y verde.
En la segunda entrega, la tensión moral se intensifica. La historia avanza hacia el momento en que Elphaba abraza su destino, no porque quiera ser mala, sino porque no hay otro lugar donde su fuerza, su magia y su diferencia puedan existir sin ser castigadas. La magia de Wicked nos dice algo muy contemporáneo: cuando el mundo no tiene sitio para tu luz, te ponen en la sombra.
Wicked —en sus dos partes— también tiene algo que enseñarnos a quienes vivimos entre proyectos legales. La historia de Elphaba y Glinda es un recordatorio vibrante de que la diversidad no es un obstáculo operativo, sino una fuente inmensa de potencia creativa; que la colaboración entre personas radicalmente distintas puede generar una fuerza que ninguna podría alcanzar sola; que la lealtad —a los sentimientos, a la intuición, a los valores propios— es un ancla ética indispensable en entornos complejos; y que el bien no es un color plano, sino un espectro lleno de matices, igual que los proyectos jurídicos donde las decisiones nunca son completamente blancas o negras. Wicked nos susurra que, para liderar bien, no basta con saber hacer: hay que saber ver. Ver la complejidad humana, las sombras, las luces y los tonos intermedios que hacen posible cualquier transformación verdadera.
Tanto LUX como Wicked plantean, desde lenguajes radicalmente distintos, la misma búsqueda: ¿Qué hacemos con lo inexplicable de la vida? ¿Cómo gestionamos lo que sentimos, pero no entendemos? ¿De dónde sacamos fuerza cuando la realidad no alcanza?
Rosalía responde con misticismo rebelde. Elphaba con magia indomable. Ambas nos recuerdan que lo racional es necesario, pero no suficiente.
Quizá por eso, incluso en nuestro trabajo - sí, incluso en el ecosistema jurídico, tan ordenado y tan lógico - necesitamos símbolos, belleza, inspiración. Llamémoslo espiritualidad, magia o imaginación: lo importante es no perder el pulso que nos conecta con algo más grande que nuestras tareas y nuestras métricas. El camino no se sigue, sino se construye. A veces con baldosas amarillas.
Artículo original publicado en Doing Legal Project Management
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