16 dic. 2025
Sara Molina
En los últimos meses he llegado a una conclusión que está cambiando mi forma de pensar el Derecho: la verdadera transformación no ocurre cuando incorporamos tecnología, sino cuando somos capaces de generar inteligencia jurídica.
No hablo de automatizar pasos. Hablo de algo más profundo: automatizar razonamiento.
Durante décadas, el Derecho se ha basado en un modelo centrado en la persona —el profesional experto que interpreta, decide, recuerda, conecta—. Pero estamos entrando en una etapa en la que el valor ya no está en almacenar conocimiento, sino en activar inteligencia. No basta con tener información distribuida en documentos, bases de datos o memorias individuales: necesitamos que ese conocimiento sea vivo, conectado, accionable y disponible en tiempo real.
El Derecho nunca ha tenido escasez de conocimiento. Ha tenido escasez de capacidad para conectarlo.
El gran salto de esta era no está en usar IA como asistente, sino en transformar la lógica del sistema: pasar de personas que gestionan conocimiento a organizaciones que piensan como un cerebro colectivo. La gestión documental indexa; la IA generativa interpreta; pero los grafos de conocimiento relacionan. Y ahí está el verdadero punto de inflexión: cuando logramos que una organización no solo recuerde, sino que razone con su propio conocimiento histórico.
Ese es el nuevo ADN legal. De automatización a inteligencia: el verdadero cambio
Hay una frase de Richard Susskind que resume este punto de ruptura:“AI is not for lawyers. AI is for clients”. Nos obsesionamos con que la IA nos haga más rápidos. Pero la cuestión no es velocidad: es dirección.
Mientras sigamos pensando en tecnología para hacer lo mismo de siempre, solo mejoraremos un proceso antiguo. Pero cuando empezamos a utilizarla para resolver problemas de manera diferente, el sistema cambia. La clave no está en digitalizar tareas, sino en rediseñar decisiones.
Los sistemas multiagente, la IA generativa conectada a bases de conocimiento y los grafos permiten algo nuevo en nuestra profesión:
-convertir el razonamiento jurídico en analítica,
-convertir la experiencia en datos,
-convertir el criterio experto en modelos de decisión.
Esta es la verdadera disrupción:lo que antes residía en la cabeza de cada abogado, ahora puede convertirse en una capacidad colectiva de pensamiento.
Cuando el conocimiento se vuelve trazable, medible y reutilizable, la organización ya no depende de la memoria individual, sino de una inteligencia jurídica que aprende, evoluciona y escala. Las decisiones dejan de ser un ejercicio artesanal para convertirse en procesos replicables y consistentes.
No se trata de que la tecnología piense por nosotros, sino de que la organización piense mejor gracias a nosotros. El futuro legal no pertenece a quien tenga más información, sino a quien sea capaz de transformarla en inteligencia.
El conocimiento como activo organizacional
Pensemos en cómo funciona hoy un despacho o departamento jurídico tradicional. El conocimiento está fragmentado:
Este modelo tiene un coste invisible pero enorme: la organización no aprende. Cada profesional resuelve problemas como si fuera la primera vez, sin acceso real al conocimiento colectivo acumulado. La curva de aprendizaje es individual, no organizacional.
Cuando el conocimiento se vuelve trazable, medible y reutilizable, la organización ya no depende de la memoria individual, sino de una inteligencia jurídica que aprende, evoluciona y escala. Las decisiones dejan de ser un ejercicio artesanal para convertirse en procesos replicables y consistentes.
Los tres niveles de la transformación legal
Para entender la magnitud del cambio, es útil distinguir tres niveles de madurez en la adopción de tecnología en el sector legal:
Nivel 1: Digitalización (donde está la mayoría)
En este nivel, la tecnología simplemente replica procesos analógicos en formato digital. Usamos Word en lugar de máquinas de escribir, email en lugar de fax, PDF en lugar de papel. Es más cómodo, más rápido, más limpio. Pero la lógica del trabajo permanece idéntica.
Un contrato se redacta igual que hace 30 años, solo que en pantalla. Una due diligence sigue siendo un proceso manual de lectura y análisis, solo que sobre archivos digitales en lugar de cajas físicas. La investigación jurídica se hace en bases de datos online en lugar de bibliotecas físicas, pero el proceso mental es el mismo.
El valor está en la eficiencia operativa, no en la transformación del modelo.
Nivel 2: Automatización (donde aspiran muchos)
Aquí la tecnología empieza a ejecutar tareas que antes requerían intervención humana. Plantillas inteligentes que generan contratos, sistemas de revisión documental que identifican cláusulas problemáticas, herramientas de e-discovery que clasifican millones de documentos.
Es un salto significativo. Liberamos tiempo de tareas repetitivas para dedicarlo a trabajo de mayor valor. Reducimos errores. Aumentamos la capacidad de procesamiento.
Pero seguimos en un modelo reactivo: la tecnología hace lo que le pedimos, cuando se lo pedimos. No anticipa, no sugiere, no aprende de manera autónoma.
El valor está en la productividad, pero el modelo de servicio sigue siendo el mismo.
Nivel 3: Inteligencia (hacia donde debemos ir)
Este es el territorio nuevo. Aquí la tecnología no solo ejecuta, sino que razona. No solo procesa información, sino que genera conocimiento. No solo responde preguntas, sino que identifica patrones, anticipa riesgos, sugiere estrategias.
Un sistema de inteligencia jurídica puede:
El valor está en la capacidad de decisión, en convertir el conocimiento histórico en inteligencia predictiva y prescriptiva.
De la inteligencia artificial a la inteligencia aumentada
Existe un debate recurrente sobre si la IA reemplazará a los abogados. Es la pregunta equivocada.
La cuestión no es si la tecnología puede hacer nuestro trabajo, sino cómo redefinimos nuestro trabajo cuando la tecnología puede hacer lo que antes solo nosotros podíamos hacer.
La respuesta está en el concepto de inteligencia aumentada: sistemas donde la capacidad de procesamiento y análisis de la máquina se combina con el juicio, la creatividad y la comprensión contextual del profesional humano.
Pensemos en el ajedrez. Cuando Deep Blue venció a Kasparov en 1997, muchos predijeron la muerte del ajedrez profesional. ¿Para qué ver jugar a humanos si las máquinas juegan mejor? Pero ocurrió algo inesperado: surgió el «ajedrez centauro», donde equipos humano-máquina juegan juntos. Y resultó que un jugador amateur con una buena IA puede vencer a un gran maestro solo o a una IA sola, si sabe aprovechar las fortalezas de ambos.
En el Derecho está ocurriendo lo mismo. El futuro no pertenece ni al abogado tradicional que rechaza la tecnología, ni a la IA que opera de manera autónoma. Pertenece al profesional que sabe orquestar sistemas de inteligencia jurídica para generar resultados que ninguno de los dos podría lograr por separado
Artículo original publicado en Abogacía Española
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