30 may. 2025
Lidia Zommer
No se trata de dejar de litigar, ni de eliminar las operaciones, que son con lo que se gana más rentabilidad. Se trata de equilibrar el modelo: combinar lo impredecible con lo estable, lo puntual con lo recurrente.
En un sector donde la urgencia manda y la facturación fluctúa, construir ingresos estables parece un lujo. Pero no lo es. Es una decisión estratégica. En este artículo te cuento cómo los despachos de abogados pueden diseñar modelos de resiliencia financiera sin renunciar a los picos de rentabilidad, ganando libertad para crecer con foco y previsión.
Durante décadas, los despachos de abogados han operado bajo una lógica «reactiva»: atender asuntos conforme llegan, facturar por horas trabajadas y medir el éxito en función del volumen de actividad. Sin embargo, este modelo, que durante años funcionó sin mayores sobresaltos, hoy resulta insuficiente.
La creciente competencia, la presión por diferenciarse, la disrupción tecnológica y un cliente empresarial cada vez más sofisticado, exigen un cambio de enfoque: pasar de sobrevivir con ingresos fluctuantes a construir resiliencia de ingresos. Es decir, estructuras estables, predecibles y sostenibles que permitan planificar, invertir y crecer sin depender del azar.
Este concepto, ampliamente desarrollado en otros sectores de servicios profesionales, tiene una aplicación directa en el mercado legal.
En este artículo te cuento los tres pilares que, combinados, forman la base de un despacho financieramente sólido y comercialmente resiliente.
1. Ofrecer predictibilidad al cliente (y al propio despacho)
Uno de los principales obstáculos para la estabilidad financiera en los despachos es la naturaleza intermitente del trabajo: meses de intensa actividad seguidos por períodos de inactividad, facturación irregular, previsión escasa. Para resolver este problema, cada vez más firmas están implementando modelos de asesoramiento recurrente, particularmente en áreas como derecho laboral, fiscal y mercantil. Las igualas.
La lógica es simple: establecer con el cliente una relación continua a cambio de un honorario mensual fijo, que cubra un conjunto acordado de servicios, revisiones o disponibilidad. Este tipo de acuerdos genera beneficios para ambas partes: el cliente gana seguridad y control de costes; el despacho, ingresos estables que le permiten planificar con antelación.
En España, algunos despachos especializados en asesoramiento a pymes han estructurado sus carteras sobre la base de estos planes. No es la panacea, las igualas mal gestionadas pueden ser un agujero negro a la rentabilidad, pero le dan al despacho previsibilidad financiera.
2. Innovar en los modelos de relación y entrega de valor
Hablar de innovación en el sector jurídico suele provocar dos tipos de reacción: entusiasmo teórico (muchas veces superficial) o escepticismo práctico.
Sin embargo, más allá de la tecnología, innovar puede significar simplemente replantear cómo se entregan los servicios, no qué servicios se prestan.
Esto implica pasar de la prestación puntual al acompañamiento estratégico.
Algunos despachos están creando productos jurídicos cerrados que pueden replicarse y escalarse, generando eficiencia interna y valor añadido para el cliente.
También incluye integrar herramientas como plataformas de seguimiento de expedientes, automatización de tareas repetitivas o informes periódicos que transforman al abogado en un aliado permanente, no un solucionador de crisis esporádicas. El despacho deja de ser el que reacciona cuando hay un problema, para convertirse en quien lo previene.
Este enfoque requiere una transformación interna: formar al equipo, ajustar procesos y repensar precios. Pero permite construir relaciones más duraderas y menos vulnerables a la competencia basada en precio.
3. Fortalecer el posicionamiento para atraer al cliente deseado
La resiliencia de ingresos no solo depende de cómo se factura, sino también de a quién se factura. Un despacho que tiene que aceptar cualquier asunto que entra por la puerta, con cualquier tipo de cliente, difícilmente podrá construir una base estable. Por eso, el posicionamiento estratégico es clave.
Posicionarse no significa ser visible, sino ser reconocible por una propuesta de valor clara, diferenciadora y alineada con un nicho rentable. Esto implica especializarse: no ser «el despacho que hace de todo», sino el que lidera una categoría concreta. Puede ser una industria (energía, salud, tecnología), un tipo de cliente (startups, fondos, administraciones públicas) o, la más clásica, un área de práctica (propiedad intelectual, competencia, penal económico, laboral).
El posicionamiento eficaz tiene una consecuencia directa: permite atraer al cliente que se ajusta a aquello en lo que eres muy bueno. Y eso cambia por completo las reglas del juego. Si tu cliente ideal entiende y valora lo que haces, está dispuesto a pagar precios más altos, con menos objeciones, y a establecer una relación más estable y a largo plazo.
Pero el posicionamiento no se construye solo con una página web bien redactada o un logo elegante. Requiere coherencia en la comunicación, claridad en la oferta, y sobre todo, conexión con los resultados que ese cliente busca. Aquí es donde cobra importancia hablar en el idioma del negocio: no vender servicios legales, sino transmitir cómo esos servicios impactan en la reducción de riesgos, la prevención de conflictos o la protección del patrimonio.
Como enseñaba David Maister: «La rentabilidad no está en decir sí a todo, sino en saber a qué decir no».
Un despacho bien posicionado no solo mejora su rentabilidad, también gana libertad: para elegir con quién trabaja, qué asuntos acepta y bajo qué condiciones negocia.
Una estrategia de resiliencia no es solo financiera, es cultural
Construir resiliencia de ingresos no es un cambio contable: es una transformación cultural. Exige abandonar la lógica del corto plazo, desarrollar una mentalidad empresarial dentro del despacho y tomar decisiones estratégicas con visión de futuro.
El despacho que logra estabilizar su base de ingresos no solo gana en rentabilidad. Gana en libertad. Libertad para seleccionar a sus clientes, invertir en su equipo, rechazar asuntos poco rentables y proyectar su crecimiento con confianza.
No se trata de dejar de litigar, ni de eliminar las operaciones, que son con lo que se gana más rentabilidad. Se trata de equilibrar el modelo: combinar lo impredecible con lo estable, lo puntual con lo recurrente.
La resiliencia no es una moda, es una necesidad para quienes aspiran a crecer con solidez, proteger su talento y decidir con autonomía. Los despachos que siguen esperando a que entre «el siguiente asunto» acabarán dependiendo del azar. Los que diseñan un sistema predecible serán quienes tengan el control.
Artículo original publicado en Revista AJA
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