14 jul. 2025
Emilio Gude
Haré míos para ilustrar esta opinión unos versos de Calderón de la Barca, en la obra "Para vencer a amor, querer vencerle". Son versos escritos apelando y recordando sus tiempos de soldado en Flandes y Lombardía. Me perdonarán tantos soldados por apropiarme, quizás indebidamente, de estos versos que definen a la perfección y, de manera excelsa en mi opinión, la digna, honrosa y admirada profesión de militar. Dicen así:
"Aquí, en fin, la cortesía, el buen trato, la verdad, la firmeza, la lealtad, el honor, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son caudal de pobres soldados; que en buena o mala fortuna la milicia no es más que una religión de hombres honrados."
Y hago uso de ellos para trasladarlos a otra profesión, la nuestra: la abogacía. Debemos ensalzar nuestra profesión, dignificarla al máximo y contribuir a una percepción benéfica de la misma por parte de la sociedad. En mi opinión, debemos entender el oficio de abogado como una hermandad, sentir la pertenencia y el orgullo de ejercer la abogacía dentro de un gremio, y uso la palabra en su sentido más medieval, que tiene no solo unas normas de comportamiento, sino de compañerismo y, sobre todo, de lealtad.
La nueva reforma procesal ha venido a incrustar en la ley, un requisito de procedibilidad que atiende a varios métodos para una supuesta resolución de conflictos. No voy a opinar de la bondad o de lo erróneo, sobre todo de lo erróneo, de esta ley mal hecha, pero si quiero hablar de uno de los métodos que establece: la negociación.
Desde que el mundo es mundo o, al menos desde que yo soy abogado, la costumbre ha sido intentar negociar con el compañero y encontrar una solución al asunto. En general, todos los abogados con los que he hablado, también me han transmitido esta misma experiencia.
Pero como ahora se imponen una serie de requisitos para demostrar que ha existido una negociación, debemos de mostrar de manera expresa lo que antes ya hacíamos. Es una llamada a los principios de la profesión, a la consideración de la misma. Como abogados, representantes de los intereses de nuestros clientes, creo que debemos de mostrar nuestra más entusiasta predisposición a negociar. Que cuando tengamos el ofrecimiento u ofrezcamos la posibilidad de negociar a un compañero, la actitud que debamos tener sea de franca disposición, de reconocernos interlocutores y llegar a un acuerdo o no. Y para ello, debemos de entendernos con el compañero, de atender a los requisitos de la ley. Debemos reconocer la negociación, las reuniones, los intervinientes, los asuntos tratados, la posibilidad de acuerdo, de la contrapropuesta o del fin de la negociación. Todo ello en el más absoluto respeto por el cliente, el compañero y la profesión.
Me sorprende que el CGAE o los Colegios, que deben velar, proteger y prestigiar nuestra profesión, no hayan hecho un llamamiento al uso preminente de este medio. O algo tan simple, como formalizar un formulario institucional que recoja los aspectos mencionados y que los abogados podamos presentar de manera uniforme como requisito de procedibilidad. Que, cuando ese formulario acompañe a una demanda bajo el logo institucional, haya una certeza absoluta de que los abogados han negociado en la mejor de las disposiciones.
Me gustaría para terminar recordar el concepto de lealtad a la profesión por parte de todos para que la negociación entre las partes sea nuestro método principal, sin que nosotros mismos pongamos obstáculos a la misma y a nosotros, en definitiva. Hacer de los versos de Calderón y la milicia, los de la abogacía:
"Aquí, en fin, la cortesía, el buen trato, la verdad, la firmeza, la lealtad, el honor, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son caudal de pobres abogados; que en buena o mala fortuna la abogacía no es más que una religión de hombres honrados".
Artículo original publicado en Expansión
Vicepresidente
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